En el corazón de la democracia hay un principio
fundamental: el respeto a los acuerdos. Este principio no es sólo una cuestión
de ética política sino también una manifestación de compromiso con los valores democráticos.
Respetar los acuerdos significa reconocer la importancia del consenso, la
coherencia en las palabras, los hechos y la confianza mutua entre los
ciudadanos y sus representantes.
Los acuerdos son el resultado de la negociación y la deliberación y
reflejan la diversidad de opiniones y perspectivas involucradas en un
compromiso. Estos compromisos deben buscar intereses comunes y estabilidad
social. Entonces, cuando los líderes y los ciudadanos respetan estos acuerdos,
casi muestran el coraje de trabajar juntos, escuchar y encontrar soluciones
equitativas.
El respeto de los acuerdos también es crucial para la legitimidad de las instituciones democráticas. Sin este respeto, la confianza en las instituciones
políticas se ve socavada y la cohesión social se debilita. Todos sabemos que
las rupturas de estos acuerdos provienen del lado del gobierno, y que estos
acuerdos rotos traen desilusión y apatía política hacia nuestra gente. Por otro
lado, respetar el acuerdo no significa que no haya cambio ni evolución. Las
democracias son dinámicas y deben adaptarse a nuevas circunstancias y desafíos.
Sin embargo, los cambios deben ser transparentes, justos y con el
consentimiento de los afectados.
Las máscaras caen cuando se rompen los acuerdos políticos, y la historia
muestra que cuando una de las partes está temerosa o débil es la más tendiente
a romper esos acuerdos, revelando intenciones que sólo reflejan y se comparan
con regímenes abiertamente autoritarios y dictatoriales. Aunque a nivel
interno, en términos generales, todavía parecemos una democracia
Este fenómeno, visto en todo el espectro político
venezolano, puede ser el resultado de varias circunstancias, entre ellas
presiones -internas y externas-, cambios en el equilibrio de poder o simple
ambición excesiva. Cuando caen las máscaras, se revelan las verdaderas
intenciones y se pone a prueba la resiliencia de las instituciones democráticas
y los mecanismos de control internacional que ya han sido bien calibrados en
nuestro país. La transparencia, el diálogo y la diplomacia no han sido pilares
para evitar escaladas, lo que genera mucha más desesperanza en gran parte de nuestra
gente.
Mas allá de los debates viscerales a lo interno, en ocasiones pareciera que
la dinámica política venezolana y su percepción internacional marcada por la
polarización y la pasión, dan la impresión de que las preocupaciones internas
dominan el discurso, dejando poco espacio para considerarnos seriamente en el
escenario mundial. Si bien es cierto que no estamos aislados en la comunidad
internacional, todos los movimientos políticos de la oposición dentro del país
tienen repercusiones que trascienden y generan una percepción de desatención o
irrelevancia, entonces se debe promover de manera más testaruda un impulso más
firme hacia Venezuela, sobre todo en América Latina.
Ya no basta con que estas organizaciones internacionales, países vecinos y
potencias mundiales expresen su preocupación, sino que, deberían de ampliar su
compromiso, promover y apoyar de manera contundente medidas en respuesta a la
crisis política y económica que enfrenta el país. Es momento de solicitar que
de verdad nos tomen en serio y con honestidad haya un reconocimiento
significativo de los desafíos que enfrentamos todos los venezolanos ¿o es que
acaso ya no está visto públicamente el problema que esta situación está
generando en la región?

Por otro lado, aquí en el país debemos actuar con
seriedad y dejar de ser tan ingenuos. En Venezuela estos gobernantes no siguen
las reglas, no les importa nada. El estado de derecho es la piedra angular de
cualquier democracia que funcione y la base para garantizar una gobernanza
justa y equitativa del país, pero este régimen ignora todas las normas legales,
continúa violando los derechos humanos y muestra un total desprecio por las
normas legales. Las medidas dirigidas a la oposición política y, en los últimos
días, al equipo de María Corina Machado han sido más públicas y contundentes
dado el prontuario histórico del gobierno en el uso de la violencia y el terror
contra los líderes de la oposición. Es indudable que todo lo que representa esa
confrontación, todo lo que representa amenazas para ellos va a ser vetado,
detenido y bloqueado a toda costa.

Con la caída de parte de la máscara, se hace
evidente que la estrategia que hemos estado siguiendo hasta ahora ya no es
suficiente. Todos estos atropellos a la democracia, toda esta falsedad,
deshonestidad y abuso desmedido debe seguir siendo denunciado con mas fuerza.
Pero también es hora de cambiar de rumbo y adoptar un enfoque diferente. En
lugar de confrontar, debemos buscar negociar. Pero no cualquier tipo de
negociación, sino una negociación “caribe”, como solemos decir en el mundo del
béisbol. La negociación “caribe” implica jugar con astucia, con inteligencia,
buscando siempre superarlos. No se trata de ganar a toda costa, sino de
encontrar esos puntos de encuentro que nos permitan avanzar juntos hacia un
objetivo común: la transición y el cambio. Es en este punto donde entra en
juego la política estratégica y orientadora. Llegó el momento de tragar grueso,
necesitamos jugadas trascendentales que sean capaces de acometer esta tarea, políticos
que puedan llevar puntos comunes a una negociación y defenderlos con convicción
y determinación. También, la jugada debe permitir orientar a la gran masa de votantes
acumulados por un sector de la oposición a decantarnos por un voto mayoritario
que pueda abrir la puerta de la transición.
Esto no será fácil, aunque pueda sonar duro y feo, debemos estar dispuestos
a adoptar el mismo pensamiento mordaz y maquiavélico que ellos. No porque
queramos ser como ellos, sino porque en ciertas circunstancias, es la única
forma de avanzar. Debemos recordar siempre que nuestro objetivo final es iniciar
un cambio que beneficie a todo el país. La
única realidad en el escenario es que no van a ceder el poder de manera fácil, y
temerosos son más peligrosos. Si para ello necesitamos jugar un poco “caribe”,
entonces que así sea.
Seguir invocando el respeto a los acuerdos como una expresión de integridad
y responsabilidad queda para nosotros los que creemos en la democracia. Ese
respeto como pilar que sostiene la estructura de una sociedad democrática y
permite que lo deseado por la mayoría y la convivencia sea posible, no lo vamos
a ver nunca dentro del accionar de este gobierno, porque ya se están quitando
parte de la máscara.
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